martes, 30 de diciembre de 2014

¡Un Feliz Cumpleaños, Vicky Coronado Vallenas!

Sra. Vicky Coronado Vallenas

Distinguida Vicky:

Tus amigos en la Asociación de Ex Alumnos del Colegio Nacional Pedro Coronado Arrascue (ASEPECO – Asociación Coronadina), nos complacemos en saludarte por el día de tu cumpleaños, mañana miércoles 31 de diciembre, confiando que lo pasarás más que feliz al lado de tu hermosa familia y amigos que te aprecian.

Desde que tuvimos el alto honor de conocerte, en ocasión de nuestro primer reencuentro entre Coronadinos de la Promoción 1969, y luego a lo largo de nuestra suficiente lectura de tus notas y comentarios a través del facebook, a través tuyo nos hemos vuelto a identificar con tu padre, el insigne Dr. Pedro Coronado Arrascue, por el don de persona que en ti hallamos, por lo que nos felicitamos de tenerte a la mano, a través de este medio del email o el facebook, para seguir teniendo contacto con nuestras raíces en la persona de tu padre, la familia Coronado Vallenas, tu distinguida persona.

Hacemos propicia la ocasión para reiterarte los sentimientos de nuestra más alta estima.

¡Un Feliz Cumpleaños, Vicky Coronado Vallenas!

Cordialmente.

Comunicación y RRPP – Asociación Coronadina

Lima, diciembre de 2014



¡Un Feliz Cumpleaños, Felipe Reynaldo La Jara Pizarro!

Sr. Felipe Reynaldo La Jara Pizarro

Distinguido amigo Felipe Reynaldo:

Tus amigos en la Asociación de Ex Alumnos del Colegio Nacional Pedro Coronado Arrascue (ASEPECO – Asociación Coronadina), tenemos el agrado de
saludarte por tan importante día para ti y los tuyos, por el día de tu cumpleaños, este miércoles 31 de diciembre, confiando que lo pasarás feliz, y pródigo del afecto de tu hermosa familia y amigos que te aprecian.

Siendo que toda ocasión es más que importante para mantenernos comunicados contigo, máxime en el día de tu cumpleaños, hacemos propicia la ocasión para expresarte los sentimientos de nuestra más alta estima.

¡Feliz Cumpleaños, Felipe Reynaldo La Jara Pizarro!

Cordialmente.

Comunicación y RRPP – Asociación Coronadina

Lima, martes 30 de diciembre de 2014


martes, 23 de diciembre de 2014

¡Una Feliz Navidad, y un Próspero Año 2015!

Distinguidos Coronadinos

Los integrantes de la Asociación de Ex Alumnos del Colegio Nacional Pedro Coronado Arrascue (ASEPECO o Asociación Coronadina), nos complacemos en saludar a todos y cada uno de ustedes por la Navidad de Aquel que nació para darnos fe y esperanza, el Señor Jesús, confiando que lo pasarán meditando en torno al mensaje de esta Navidad, Natividad o Nacimiento de Jesús, a la vez que prodigándose el singular afecto que una fiesta como esta parece inspirar de manera profunda en el corazón de todo mortal, alrededor de una rica mesa, por sencilla que fuera, degustando lo que se ha preparado para este importante evento en el calendario de nuestras festividades.

Sin más, que felicitarnos por todo este tiempo en que hemos interactuado con todo el honor y respeto que todos ustedes nos merecen, agradecidos por su aporte en toda forma, sea presencial, pecunaria, o con sus recurrentes comentarios a una publicación de un miembro de la familia Coronadina, quedamos de ustedes agradecidos.

¡Feliz Navidad, y Próspero Año 2015!

Sinceramente.

Comunicación y RRPP – Asociación Coronadina

Lima, diciembre de 2014


viernes, 5 de diciembre de 2014

¡Un feliz cumpleaños, Gustavo Antonio Tapia Granara!

Sr. Gustavo Antonio Tapia Granara

Distinguido amigo Gustavo Antonio:

Tus amigos en la Asociación Coronadina tenemos el agrado de saludarte por el día de tu cumpleaños, este sábado 6 de diciembre, confiando que lo pasarás más que feliz al lado de tu hermosa familia y amigos que te aprecian.

Permítenos dedicarte los versos de este poeta anónimo quién, inspirado, dejó deslizar su pluma con este pensamiento por tu cumpleaños:

Para tu cumpleaños
deseo que recibas
estos regalos especiales:

Felicidad, en lo profundo de tu ser.
Serenidad, con cada amanecer.
Éxito, en cada respecto.
Sinceridad, de amigos que te quieran.
Amor, que sea eterno.

Recuerdos entrañables, de momentos del ayer.
Un presente esplendoroso repleto de bendiciones.
Un sendero, que conduzca a un hermoso mañana.
Anhelos, que se conviertan en realidad.
Y reconocimientos, de todas las cosas maravillosas que hay en ti.

¡Que tengas un cumpleaños muy Feliz!.
Te desean todos los que te queremos.

Orando porque Dios te conceda todo esto, y mucho más, para felicidad de los tuyos y satisfacción propia, quedamos de ti.

¡Un feliz cumpleaños, Gustavo Antonio Tapia Granara!

Cordialísimamente.

RRPP y Comunicación – Asociación Coronadina

Lima, viernes 5 de diciembre de 2014



Nota: para dirigir tu salutación a Gustavo Antonio, favor llámale al teléfono 567-0260 o, por el email, a la dirección email gustavtap@hotmail.com





jueves, 4 de diciembre de 2014

Mi Navidad

R
ecuerdo poco la Navidad en mis años de niño, muy poco; pero, hurgando en lo casi inexpugnable de mis recuerdos perdidos por causa de quién sabe qué, logro verme como entrando en la escena de una gran obra de teatro a la que, sin practicar o hacer ensayo alguno, veníamos con incontrolada ansiedad, excitados por recibir nuestros regalos a la media noche y, lo que es más, creyendo que nos lo traía un Papá Noel. Nunca lo conocí, nunca lo conocimos; pero, tiempo después, nos fuimos enterando que ello no eran más que mis abuelos Joaquín y María, mamá Carmen y tío Domingo. Yo creo que la Navidad sigue siendo un tiempo fantasioso, casi místico, enigmático porque, por entonces, yo prácticamente entraba a este escenario que, para mí, era uno distinto al de los 364 días previos, con otro sentido. Esa noche de Navidad, en particular, tenía otro feeling y, aún sin entenderlo, lo vivía a cabalidad. Recuerdo a mi hermano menor, Alfredo; él fue muy valiente o atrevido porque, en una ocasión, se dejó explotar un cohetón en su mano que lo lastimó; casi lo lamentamos. Casi no recuerdo a mis otros hermanos menores, Félix, Marleny y, la última, María, aunque hubo una hermosa bebita que solo nos visitó por escasos 8 meses, y luego se fue, acaso porque no gustaba de las Navidades. No lo se. Ella fue Rosa Cecilia, hija de mamá con Marcos Paul, una niña a quién yo acostumbré cargar en mis brazos para pasearla por doquier. Me recuerdo con un casco blanco sobre mi cabeza, como aquellos policías o soldados de la Cruz Roja (en esa época no habían objetos plásticos, sino metálicos o fabricados a base de alguna fibra o reciclado), y con otros aparejos sobre mi cuerpo, imaginándome estar en una gran batalla campal porque, a la verdad, para mí era como estarlo porque –llegada la media noche- los cohetones reventaban tan fuerte, y por todo lugar de mi cuadra, junto con las luces de bengala y otros explosivos, que todo semejaba a una batalla; y yo estaba allí, en medio de toda ese “conflicto” porque, al igual que yo, otros amigos del barrio, y mis hermanos seguramente, confundidos todos parecíamos vivir una batalla, entre divertidos y tensos, como la tensión que se tiene en el frente de batalla. Recuerdo que mamá, o mis abuelos (no recuerdo mucho), al rato nos llamaban a pasar a casa para, todos juntos, disfrutar de la tradicional chocolatada acompañado de un riquísimo panetón. Hoy no puedo evitar cuestionar que saboreemos UN CHOCOLATE CALIENTE en temporada prácticamente de verano (esta estación empieza, según el calendario, el 21 de diciembre) pero, aún cuando esta tradición la importamos de los EEUUA y Europa, donde sí hace frío en esta fecha y, por consiguiente, si cae bien un chocolate caliente, no importándonos lo cuestionable de la costumbre, lo cierto es que vivíamos el momento sin límites de lo imaginable. Siempre que nos reuníamos, bajo el patriarcado de nuestros abuelos, con mamá, tío Domingo y mis hermanos, casi nada recuerdo a otros, si hubieron otros, no lo se, mientras hablaba el patriarca, o la matriarca, o mamá, terminábamos llorando, mientras nos abrazábamos entrañable e interminablemente, como no queriendo despegarnos, y como que era un abrazo que yo lo estuve esperando a lo largo de todo el año. Recuerdo que teníamos a unos amigos vecinos, cuyo padre era de la PIP (Policía de Investigaciones del Perú) de entonces y que, por ser de alto rango (llegó a ser General), era de una condición económica regularmente pudiente tanto que regalaba a sus hijos los juguetes más caros que pude ver en mi niñez. Esta era la familia Ipince y, a quién más recuerdo de los tres niños amigos de esta familia, es a Freddy (además estaban Moza y Eduardo). Freddy, y no creo que con ánimo de burla, hacía alarde de sus costosos juguetes que, cuando yo los comparaba con los míos pues, de alguna manera, como que esto me hacía sentir mal, y escondía mi juguete para jugar con los de él. Fuimos buenos amigos, como todo niño, sin malicia. Años después, cuando ya estaba algo crecidito, creo que a los 15 o 17 años, tío Domingo me llevó al centro de Lima, donde compramos todos los juguetes para nosotros. Allí entendí, a cabalidad, que no había tal Papá Noel (en la niñez de entonces de advertía más inocencia, que ya no parece advertirse hoy) pero, obstante yo iba reconociendo el fraude a que éramos sometidos, a causa de un regalo, lo cierto es que, llegada la media noche, la expectativa, ahora de mis hermanos menores, era la misma de siempre. Esa noche recuerdo que, sabiéndolo todo, fingí dormir y, no bien llegó la media noche, otra vez fingí despertar en medio de los juguetes que tío Domingo nos había comprado. En esa ocasión, recuerdo, tío nos compró equipos de buceo, y guantes de box, y otras cosas; es que ya éramos algo creciditos y, probable, el tío consideraba que ya no estábamos para juguetes de niños. Recuerdo a Marcos, esposo de mamá, por la mañana, jugando con nosotros a la pelota. Se nos había comprado una pelota reglamentaria, de cuero, y él quiso hacer tiros al arco con nosotros, en uno de los extremos de la calle. Recuerdo a los amigos del barrio, ir en patota de casa en casa para expresar sus saludos por la fecha y, de pasadita, para tomarse un chocolate y su porción de panetón. Eran muy “vivos” y, Posible, yo era el más monse de todos. A mi derecha vivían la familia Román Redhead, que ahora viven en los EEUUA; y a mi izquierda la familia “Pescado” (así los llamábamos porque comían pescado para todo: en el desayuno, almuerzo y la comida; y en el postre), luego un amigo Mario, su hermana y padres; los Ipince; los Mancilla, los Pérez, dueños de un edificio de varios pisos que servía de residencia para muchos inquilinos (allí vivían Hortensia y Violeta, niñas y luego adolescentes atractivísimas para nosotros) y, al costadito, en un pequeño callejoncito la familia Pacheco, de nuestro amigo Arturo Puente Pacheco, purum pum pum (él llegó a viajar al Asia, por motivos de trabajo), sus hermanas y padres. Seguidamente, una familia cuyo apellido no recuerdo y, seguido, la familia Morales, de mi amigo Carlos Morales, su hermano Mañuco y padres. Les seguían otras familias que no recuerdo pero, ya al frente de mi casa, también en un callejón o casona con un pasadizo que conectaba a varias familias, estaban los Córdova, Norma, su hermana y padres y, ya en el segundo piso de este condominio, el amigo Pocho, un pata muy fortachón, nerviosán y enamorador. Recuerden que para entonces ya contaba con mis 17 años, aproximadamente. Seguidamente, estaban los Lecaros, y dos familias más allegadas, creo yo provenientes del sur del país, de Tarapacá, al otro lado de la frontera con Chile; y, seguidamente, estaban otras familias cuyos apellidos no recuerdo, tras lo cual veo a Mito Porras, un amigo de mi generación que vivía con sus hermanos y padres en una de las casas más grandes del barrio. Seguían los Boyer, y otros; y así hasta el término de la cuadra, muchos cuyos rostros parezco verlos ahora mismo, aún si no recuerdo sus nombres y apellidos. Y al día siguiente, como parece seguir sucediendo hoy, las calles parecían estar cubiertas de un manto de papeles picados, restos de los cohetecillos y cohetones reventados, las varillas ennegrecidas de los bengala, y otros residuos que afeaban las calles, que recorríamos los chiquillos como tratando de hallar algo que sirviera; como cuando, tras una batalla campal, al día siguiente y bajo el claro del día el soldado hace un reconocimiento del campo de batalla, buscando algo que rescatar, o que sirva, los tesoros de guerra. Hoy, en mi base “6”, ya no vivo en el Rímac, barrio que me vio crecer casi desde que fui un bebé, sino en Carabayllo pero, al igual que allá, el sentimiento que un niño vive en vísperas a la Navidad, parece seguir siendo el mismo: está a flor de piel y uno lo puede ver, sentir y hasta oler y, para esto, toda la actividad en torno a esta fiesta tradicional, con las tiendas expendiendo productos para comprarse para grandes y chicos, con artefactos eléctricos ofertados a precios de promoción, con ofertas para viajar al interior (o exterior) del país, con grupos musicales pregonando un baile de Navidad en tal o cual salón de baile, y ahora los hay muchos en muchas partes de Lima y en todo el Perú, con mucha programación televisiva enfocada en esta festividad y, aunque a duras penas, comentando acerca de un niño Jesús que nació un 25 de diciembre ( aún si en verdad la Iglesia Católica no lo puede probar bíblica e históricamente), colabora para que niños sigan presos o cautivos del sentimiento que esta fecha parece despertar y que muchos, principalmente los padres, quisieran no destruir revelando a sus niños que no hay un tal Papá Noel, que eso es solo una – tanto como una invención o fantasía – una tradición que se aceptó en algún momento de la historia, que gustó y se continuó manteniendo acaso porque fiestas como éstas dinamizan el mercado, la compra y venta de regalos. Tal parece que la verdad como que estaría condicionada a la conveniencia de una economía; pero, obstante las observaciones que le podamos hacer, la Navidad sigue siendo un punto donde, de una u otra manera, las gentes convergen con sus emociones, encendidas algo mágicamente para regalarse saludos y el afecto que, probablemente, nunca se dieron con el vecino de al lado y, con los niños, para acaso darles la atención que nunca se les dio. Tenemos celebraciones por el Día de la Madre, el Padre, pero no por el Hijo; sin embargo, en la práctica, la Navidad parece ser un reconocimiento al Hijo o la Hija que, con el regalo que se le da, sea este de mucho o poco valor, de buena o poca calidad, sencillo o extraordinario, parece estársele dando un mensaje que, con palabras, parecemos difíciles de expresar. En un mundo que día a día nos asombra con noticias de criminales cada vez más avezados e insensibles para delinquir, para robar o matar, para atacar a una indefensa mujercita, o a una ancianita, para arrebatarle la cartera a una mujer trabajadora o, con ira loca, hasta matar por dinero, para asaltar bancos y tiendas como actos cotidianos, casi “naturales o normales”; y con autoridades cuestionados por actos de inmoralidad, blanqueado de activos o dineros de mala procedencia (narcotráfico, etc.), y otros actos que no solían ser noticia una década atrás, y en aras de una democracia cada vez más decadente y frustrante, con representantes elegidos cada cuatro o cinco años defraudando a las expectativas de quienes los eligen, cabe preguntarse qué clase de hijos o hijas hemos criado, qué ejemplo les hemos dado porque, de no ser esa la causa, no tendríamos porqué tener esta clase de resultados hoy en día en que, incluso, hay adolescentes dispuestos para delinquir como sicarios. ¿Por qué este resultado? ¿Será que no se les regaló juguetes en Navidad, o en su cumpleaños; o será que no se les regaló lo que es más importante para regalar, cariño, afecto, una conversación larga y tendida con ellos, que les haga saber que son importantes para nosotros? Que esta Navidad regalemos, juntamente con un juguete, un vestido o una laptop, Smartphone, o lo que sea, aquello que probablemente nunca regalamos a lo largo de los 364 días previos, aquello que realmente supla lo que ellos necesitan de parte de nosotros y, si es necesario, con una muestra de arrepentimiento si fuimos negligentes con ellos, que no cuesta mucho pedirles perdón, les regalemos aquello que despierte en ellos más que una sonrisa, o un excitado grito de alegría, que crucemos con ellos miradas de compromiso, que nos comprometamos regalarles todo cuanto sea necesario para hacer de ellos los jóvenes y adultos templados y sobrios de mañana de los cuales podamos estar realmente orgullosos y felices.


¡Una veliz Navidad, y un próspero año nuevo!